TREN DE MARIPOSAS AMARILLA
Samaria Márquez Jaramillo
1º de mayo de 2019
Todo lo que sucede en
Macondo, cada vez que ocurre, es
un acto germinal e irrepetible. Allí,
que es el lugar donde siempre está de parto la imaginación, todo es nuevo,
inmenso, pleno de colores, de olores, de sensaciones. Entonces, no es de
extrañar que los vagones restaurados y pintados de azul , gris y rojo, (
que por obra y gracia de la magia fueron
solo amarillos ) hubiesen llegado a Santa Marta en los planchones de tres tracto
mulas, provenientes de los talleres ferroviarios de Bello, en Antioquia, el día
30 de mayo de 2007, hace 12 años, para iniciar un recorrido en búsqueda de la
población real escogida por Gabo para ser cuna de su personaje Mauricio Babilonia, al que hizo nacer en
Macondo, ser aprendiz de mecánico y estar siempre rodeado de mariposas amarillas.
Hoy, día del trabajo, no me cuesta trabajo recordar ironías del pensamiento generalizado: Macondo es el pueblo ficticio descrito en 6 novelas de Gabriel García Márquez pero, no
obstante ser el lugar donde principalmente transcurren Cien años de soledad, Los funerales de la Mamá
Grande, La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba y Monólogo
de Isabel viendo llover en Macondo, en
2005 por una iniciativa local, se propuso cambiar el nombre de Aracataca,
pueblo natal de Gabriel García Márquez, por Macondo con el fin de reactivar la
economía de este pueblo, sumido en tal pobreza que se declaró en quiebra y en
las urnas se derrotó esa posibilidad.
No obstante la población
entera, hace 12 años, se desbordó
para recibir a su ídolo y, mentalmente, siempre nombra a Aracataca como
Macondo, mientras que, contradictoriamente, se niega a aprovechar la fama del escritor para atraer
el turismo y salir de la miseria que los ahoga, mientras que en voz alta, sobre
todo cuando hay turistas, tilda a Gabo
de “haberse comportado como todo un Cristo ingrato, que hace milagros en
Cafarnaúm, pero ninguno en Belén, su pueblo natal”. Y es que los nativos de
Aracataca discuten que fuera de haber utilizado bien su inteligencia y por
reflejo haber llevado a la fama a Aracataca, nada le deben al escritor.
Sin importar que el referéndum realizado en Aracataca mostrara
un mínimo interés, por parte de sus habitantes,
en el cambio de nombre, Macondo seguirá existiendo en la imaginación y no en
los mapas. Circunstancia que no me impide decir que el padre del pueblo que es
su cuna, si no hubiese abandonado la realidad de estar vivo, por esta fecha
estuviera cumpliendo 92 años de su nacimiento;
72 de haber publicado su primer cuento, La tercera resignación; 52 de su obra maestra, Cien años de soledad, publicada en Buenos Aires por la Editorial Suramericana ;
y 37 de haber recibido, en 1982, el premio
Nóbel, máximo galardón que conceden las letras.
“Describe la aldea y será
universal”, dijo León Tolstoi. Y es verdad. No es hablando de París o de Nueva
York como se llega en Literatura. Guárdeme Dios del Culteranismo. Los grandes
libros hablan de la aldea, del villorrio, de la parroquia, porque ante todo y
sobre todo, la Literatura
es la forma bella de narrar lo humano. No es una crónica de la rimbombancia.
Un libro, El tren de la vida,
compara la existencia humana con el oficio de andar a bordo de un tren. El
viaje se hace lleno de desafíos, sueños, fantasías, esperas y despedidas, pero
jamás regresos (Dijo mi amiga: “Volver es extraño. Es calor seco de verano
come-pieles. Volver es reencontrar voces
de piedra, insultos de lluvia. Es reasumir el
uniforme del colegio, que cuelga
de un gancho en el armario”.)