NOVELA HISTORICA ES FICCIÓN REVIVIENDO REALIDAD
Fragmento de un capítulo
de la novela histórica
Los Nietos del Exilio
Samaria
Márquez Jaramillo. Autora. Publicada en España, en la Colección Maestros de la
novela Histórica, Editorial Áltera, sello Lacre. 2016 :
El
discurso patriótico es propiedad del pueblo. El dictador lo deslegitimó, lo
dejó
desprovisto de contenido, lo usó desde su intención
apátrida para coaccionar, constreñir, torturar, fusilar, hacer desaparecer ,
lavar criterios y no ser censurado por haber llevado a España a un conflicto
homicida, parido por intereses mezquinos… Pero que le dio un “triunfo”, que
permitió a Franco, el asesino del
criterio democrático ibérico, regodearse en el engaño político y decir:
«Prometo respetar lo auténtico de Cataluña, siempre y cuando que con ello no
alimente pretensiones separatistas». Entonces ¿qué auténtico va a respetar?
¿Podrá el general de un solo testículo, hacer del catalanismo un sentimiento
deforme, injusto, opresivo y revanchista?, pensaba mientras buscaba huellas de
mi familia, de la que sabía estaba huyendo hacia Francia.
Seguí
avanzando. España y Francia tienen muchos kilómetros de frontera común. Intenté
adivinar cuál ruta escogerías. Opté por la más corta, la paralela al mar.
Estaba a metros de entrar a Palamós y en un santiamén me detuvo un piquete de
sublevados. No tuve seguridad en mis respuestas y, por las dudas, me enviaron en
un convoy ferroviario a Betanzos, mientras que entre burlas me preguntaron:
¿Estarás considerando que soldado que huye, sirve para otra guerra?
Transcurría el día 14 de febrero, irónicamente era san Valentín.
Llegué a la Comarca de las Mariñas el día 17 de febrero de 1939 pues hube de
esperar por un par de días a que me recogieran para meterme dentro del vagón.
Encontré un clima tibio en febrero. La temperatura era de 9 grados. Nos
llevaron a un derruido edificio, lleno de ventanitas, donde funcionó una tenería.
Aunque había caído bajo el poder de los sublevados, su posición geográfica, a
orillas del Atlántico y lejos del frente bélico, convirtió a Betanzos siempre
en retaguardia. Para los betanceiros la Guerra Civil era un flagelo que
padecían otros y era tenida en cuenta o nombrada como referencia cuando
lamentaban la ofrenda en vidas de conciudadanos que habían ido a luchar a otras
provincias. Por las victimas nacidas en su municipio, en Betanzos sabían que
había guerra.
Los sublevados instalaron sus frentes de batalla en las áreas
rurales que tuvieran mayores sembrados de trigo, maíz, patatas y ganados y en
el territorio republicano quedaron las bolsas de valores, el Banco de España y
la mayoría de las instituciones financieras. El avance rápido del ejército
llamado nacional permitió que en el primer año del conflicto los sediciosos
controlaran las reservas de carbón y la industria vasca.
El lugar al que fui llevado, más que de concentración hizo las
veces de campo de exiliados. No se padecía allí el rigor revanchista que los
franquistas impusieron sobre los vencidos. Existía relación amistosa entre los
habitantes del pueblo y los presos republicanos. A gritos las señoras ofrecían
lavar, gratis, ropas a quienes quisieran entregarlas, marcadas con un cartelito para poder devolverlas a sus
dueños. Con esas devoluciones nos llegaban canastas con comida y pan fresco.
Hasta hubo un partido de futbol, entre los lugareños y los retenidos, al que
nos llevaron custodiados.
En esa ocasión de airearme, conocí a un
concejal de ese municipio y que estaba vaticinado para, en dos meses, ser el
alcalde. Se llama Gonzalo González del Busto y González del Busto. Todo un
personaje. Con algo más de 60 años, había vivido en Cuba y hecho una muy buena
fortuna. Viudo dos veces, tenía una tercera esposa.
La
rutina era el programa diario donde estábamos encerrados. Por la mañana el
oficial de guardia pasaba lista y leía los avisos. Anunciaba los nombres de los
que quedaban en libertad, esos a quienes no se les había probado delito de
sangre. Día a día en el edificio de la antigua tenería se reducía el número de
derrotados, hasta que el 25 de abril fue clausurado como prisión y llamaron a
unos presos y les dijeron vamos a trasladarlos, irán a Burgos. A otros nos agruparon
y nos dijeron que sobre nosotros obraba una orden de excarcelación masiva y
éramos libres. ¿Cómo podría, entonces, comprobar mi teoría que afirmaba que la
palabra libertad es una paráfrasis del término ficción?
Estaba confundido y mareado. En lo primero que pensé fue: El
triunfo enloqueció a Franco y sus seguidores celebraron su victoria
encarcelando, torturando, aniquilando y ahora, a los que fueron como su arma de
guerra, a los que han llevado y traído por cárceles y campos de concentración,
nos dejan ir a casa porque necesitan prisiones para los que ya no son enemigos,
los convirtieron en sus derrotados y los van a enjaular. Lo que sigue es buscar
mi familia. Salí desprovisto de equipaje. Si pudiese emular a Antonio Machado,
al traspasar la reja habría escrito un poema. Salí caminando a pasos tan largos
que se podría decir que corría. Oí a mis espaldas: «Corona, espérame». Atrás,
en mi persecución venía Gonzalo, el de todos los González en sus apellidos. Lo
esperé.
—Corona, ¿dónde vas tan apresurado? —A casa. —¿Pediste te
expidieran un certificado de libertad? —No. Ahora están celebrando las huestes
de Franco. No perseguirán fugitivos.
—Despacio
y con cuidado, amigo. Pon atención: Por el frente de la frontera de Egipto y
Libia cruzan, corriendo, unos camellos. Los guardas los alcanzan y les
preguntan ¿Por qué van con tanta prisa? En El Cairo están matando cebras, es la
respuesta. Y eso en qué les concierne, si ustedes son camellos, alegaron los
guardas. Los camellos rearguyeron: Si, pero ¿qué podrá pasarnos mientras se dan
cuenta? Moraleja: esperarás unos minutos que pueden llegar a ser horas. Yo
solicito el documento de libertad y pasamos a programar «los festejos». Con la
constancia en mi mano de que soy libre, empezó el primer día de la segunda
parte de mi vida, el 25 de abril. En este arranque el mar fue horizonte
extendido en concordancia con mi capacidad visual, sin llegar a constituirse en
frontera.
González de todos los González y yo nos sentamos en una banca de
la plaza. Las palomas, acostumbradas a compartir el sol con los contertulios
mañaneros, no se percataron de nuestra presencia. Gonzalo se apropió de mi
desconcierto y empezó un análisis circunstancial:
—Sé que saldrás a buscar a tu familia. Pero no puedes hacerlo a
lo bruto. Sería como elegir un tránsito más retorcido que un bejuco. No conozco
a alguien que en circunstancias limites relacionadas con el riesgo de perder a
los que ama, sea inteligente al apertrecharse de estrategias. Ni te pregunto
tus intenciones porque las conozco: Sin ruta, sin brújula, sin destino
determinado, intentarás el encuentro con tu mujer e hijos. Te demorarás menos
si dedicas algo de tiempo a un plan.
—Estoy aturdido y descarriado. —Bien, salgamos del laberinto
apoyados en un plan de búsqueda. Constituyámonos en grupo de trabajo. ¿Dónde
pueden estar los tuyos? Necesitamos hacer una recolección de información y
basados en conocimientos ir donde se tenga que ir. Tú, solo, camino arriba,
camino abajo, serás menos efectivo que tú, en una mesa con algunos medios de
investigación al alcance de la mano. Así harás menos kilometraje. Explicó
Gonzalo.
—Para hacer más fácil la conversación me preguntó: —¿Qué piensas
de la confrontación fratricida y de su final? —Le contesté: Le hablaré desde mi
posición de nieto de la Revolución Francesa y nieto del romanticismo alemán,
que no lee
literatura de reyes, príncipes, batallas, abades o
santos. Mi personaje es el pueblo republicano. Cuando el 1o de abril Franco
anunció que la Guerra Civil de España había terminado, conocí la noticia del
triunfo de la traición a la patria. Fue entonces, cuando se inició la
persecución final que dio origen al exilio del resto de intelectuales
españoles, que aún daban la batalla con sus plumas. En abril de 1939 no nos
aplastó la victoria militar de Franco. Fuimos derrotados desde 1937 por la
represión del SIM, Servicio de Inteligencia Militar. De España 1931 a España
abril de 1939 existe un intermedio lleno de sangre y una historia de
perversión, de terror, traición y muerte protagonizada por la continuidad de la
monarquía a través de las manos infames rotuladas como falange, de Ramiro
Ledesma, José Antonio Primo de Rivera, Julio Ruiz de Alda y del ostentoso
portador del carné número 4, Rafael Sánchez Mazas, mientras que en el conflicto
armado hubo dos bandos. De un lado estuvo el ejército español y la ayuda
alemana e italiana y del otro lado todo un revoltillo: Izquierdistas,
republicanos, anarquistas, socialistas, todos ellos románticos y soñadores cuyo
fervor político era únicamente utopía. También estaban los caliginosos
soviéticos, una tropa de oportunistas traficantes de vidas y de ideas que
vinieron a regar con sangre, de lado y lado, la siembra del comunismo. Además,
vivíamos en la antesala de la II Guerra Mundial y a España no llegó ni un fusil
que aportara gran know—how. Lo último en tecnología, y con miras hacia la
inevitable futura gran conflagración bélica, fue ensayado, por ejemplo, en
Guernica y no precisamente en un frente de batalla. Bien lo dijo Pío Baroja,
‘Pasado un tiempo toda la gente estará convencida de que la guerra civil
española no dejó más que un reguero de crueldad y de barbarie y un odio que no
desaparecerá ni en cien años’. Al final de la contienda fratricida nunca se
habló de paz sino de vencedores. La guerra civil de mi patria no acabó el 1 de
abril de 1939. Llegará a su final con la muerte del maldito dictador. Además
ganó el bando equivocado pero, en este caso, la historia no será escrita por
los vencedores. El gran mérito es de los intelectuales, los artistas y
escritores que se movilizaron abrumadoramente a favor de la República. Ellos
fueron artífices de los episodios y también los modificaron. No obstante se
diga que los poetas no ganan las guerras sino los juegos florales, es imposible
encontrar republicanos más probados
que Alberti, García Lorca, Guillén, Miguel Hernández, Machado, Neruda y
Vallejo... Sin embargo, Franco gobernará años más años.
En
los campos de batalla se encontraban, en persona o representados, Hitler,
Mussolini, los nacionalistas, los fascistas. Del otro lado Stalin, Troski,
milicianos, brigadas francesas y británicas, los anarquistas, los obreros, los
campesinos, las colectivizaciones. Los únicos que tenían razones para odiarse
eran los estalinistas y los trotskistas y estaban en el mismo bando. Lo demás
fue borrachera de sangre...
Gonzalo
cortó el silencio incomodo que mis palabras ocasionaran e intervino:
Permíteme que te apadrine. Aunque no he padecido, ni en mí ni en
mi familia, la represión nacida de la guerra, soy consciente de lo que sufren
los vencidos.
Para evitar el patetismo y reírse de sí mismo, mi interlocutor
se llamó don Gonzalo González de la Gonzalera y evocó el libro de José María de
Pereda, escrito contra el caciquismo, del que de memoria dijo apartes del
capítulo Don Gonzalo. Luego inquirió: —¿Por qué los republicanos perdisteis la
guerra? —Para contestarle seré como narrador omnisciente, no implicado: Los
republicanos defendían una España con gobierno democrático, legalmente
instituido y luchaban por la patria, pero al interior de la tropa padecían otra
guerra. Como quien dice una guerra dentro de la guerra. Los comunistas,
influidos por Moscú, eran proclives a los intereses soviéticos mientras que los
republicanos luchaban por sostener un régimen democrático. ¡Cosas horribles
pasaron! A la división entre comunistas y el nada homogéneo ejército
republicano hay que agregar que, en su interior, los comunistas estaban
divididos en estalinistas y trotskistas. En el frente de guerra hubo bombas,
pólvora, muerte. Adentro del bando republicano lucha programática, política
ideológica, como si fuesen discusiones de bar, cuando realmente debieron tener
un objetivo común: Defender la España constitucional. El estalinismo buscó el
poder a cualquier precio. El trotskismo no quería triunfar como grupo político
sino conseguir el triunfo de la democracia obrera. Se luchaba contra los
ejércitos fascistas, que fueron ayudados por los moros y las armas de Hitler y
de Mussolini
y comandados por el caudillo apátrida. Ganar dos
guerras a la vez, cuando se tiene por perdida una de ellas es algo imposible.
La guerra no se perdió en las trincheras. En vez de exterminar sublevados, los
rojos se dedicaron a cazar y torturar a los antieistanilista.
—No
seas tan ortodoxo. En el mundo no sólo hay pan y agua o ganadores y perdedores,
recriminó González.
—Acepté el apoyo de González y González y me quedé en Betanzos.
Gonzalo tenía negocios en Barcelona y su agente viajero mensualmente estaba en
Cataluña por algunos días. Planeamos que merodearía la casa donde vivíamos y habían
nacido los niños. De pronto podría traer noticias.
Mientras tanto escribíamos a campos de concentración franceses y
a algunas organizaciones internacionales de ayuda a emigrantes y familiares de
desaparecidos. También leíamos todas las noticias del éxodo español. Medio
Betanzos los buscaba por correo, por teléfono y a través de amistades en otras
comarcas. Ninguna información eficaz se recibió durante mayo, junio, julio,
agosto y mediados de septiembre.
A modo de subsistencia y también para retribuir en algo las
ayudas recibidas, dedicaba dos horas diarias, de 4 a 6 de la tarde, a
enseñarles francés a los niños del pueblo. Algunos ni sabían español. Solo
hablaban gallego. Era huésped, y aportaba algunas pesetas, en el domicilio de
una familia, muy entrañable para los González González y todos los González, en
rúa Valdoncel.
El agente viajero ya tenía a algunas de mis antiguas vecinas
como amigas. El 19 de septiembre llegó el empleado viajante portando la carta
que con algunos de sus agentes me dejó Ponzán en Barcelona. Inmediatamente di
aviso de mi ubicación. Recibí los pasaporte, mejores que los legítimos, los avales
y los dólares que hoy permiten estar en
camino hacia el puerto donde abordaré, con mi familia, esposa y dos hijos, el barco hacia América…
Trozo de realidad engendrada por la ficción:
Betanzos
Mensaje de nieta de Gonzalo Gonzalez, enero 7 de 2020
Celia Moreton Gonzalez Hola Samaria,
por casualidad ha llegado a mis manos tu libro "Los nietos del
exilio" y me he llevado una sorpresa enorme, al leer el nombre de mi
abuelo. Gonzalo González del Busto y González del Busto. Me gustaría poder
entablar contacto contigo. Le he comunicado a mis primas el hallazgo y seguro
que también querrán saber algo de ti. Yo me llamo Celia Moretón Gonzalez. Hemos
prescindido "del Busto" Un abrazo
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