SIPNOSIS de Los nietos
del exilio:
“La historia es una morgue donde sólo hay cadáveres, cubiertos por el
desagradecimiento de los sobrevivientes, mientras que los beneficiados o afectados por las inmolaciones, tanto unos
como otros saben que lo ocurrido sólo puede
ser modificado mediante un proceso semejante al digestivo”, pregonaba Domenech
Corona i Puig, un catalán atormentado, intelectual de izquierda, socialista,
romántico, que en 1937 es encarcelado por los del Ejército Republicano, los mismos a los que defiende, mientras en
España se matan los connacionales y luchan por una hegemonía sobre el
otro, los bandos de Troski y Stalin,
dentro del nazismo, fascismo o anarquía, llamados Guerra Civil española.
Deborah Colvert, secuela
de mestizaje, bisnieta, por línea paterna, de judía fiel a Yhavé y por parte de
madre de promiscua descendiente de esclavos africanos y, a la vez, producto marca década de los sesenta, que abjura,
maldice y repele los
prejuicios sexuales y el pensamiento
enclaustrado por decencias procedentes de incómodas partes corporales es la
encargada de finalizar la novela y reflexiona: Soy
una mujer que será. No leen un error gramatical. Me es imposible decir que soy
una mujer que fui y resultará totalmente mentiroso decir que acontezco en una
mujer que es.
Los Nietos del exilio entronizan en sus vidas unos particulares
héroes: Javier Bueno Bueno, considerado el mejor periodista del Siglo XX en
España,, asesinado por las huestes del dictador Franco y Antonio Beltrán, el Esquinazau, miliciano maltratado por la ingratitud republicana.
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