Hubo un
antes, habrá un después…
“La verdadera historia es aquella que cuenta el paso de un
pueblo por todos los tiempos; aquella
a la que nadie caprichosamente debe marcarle ni principio ni final, aquella que no entiende de
discriminaciones entre desamparados y poderosos, aquella que asume no ser rehén ni de
vencedores ni vencidos. La
verdadera historia es aquella que hará orgullosos herederos a todos sus hijos”. Anónimo
Me quedaré sin palabras si no puedo
desprender, de las quimeras frustradas, las rebeldías inútiles o regresar al
árbol donde escribí, dentro de un corazón sin magia, mi nombre y otro nombre
silenciado antes de cubrirse de olvido. Por cuanto no logré regresar al andén
donde, con un carbón que nunca fue brasa o llama, pinté sus contornos, mi niñez
se volvió eterna y yo ¡muda!
La explicación no es difícil: Nadie
regresa .Siempre se vuelve a otra ciudad, región, vereda o población. Aunque
gastada, la frase es cierta: Nadie se baña dos veces en el mismo rio. Por ello
los hijos de esta ciudad que vuelven, después de peripecias, en búsqueda de lo que dejaron para ir tras
ilusorias posibilidades se sienten extraños en su propia entorno porque el
“milagro de ciudad” que una vez vislumbrara el poeta Guillermo Valencia, desde
la plataforma de un tren, ya no existe.
Fundada el 14 de octubre de 1889 por
Jesús María Ocampo, liberal y militante
en las guerras civiles, conocido como “El Tigrero”, la capital del departamento
del Quindío nació en un sitio llamado Potreros, comprado a don Antonio Herrera
por doscientos pesos. Su fundación se ubicó en un cruce de caminos estratégicos
entre el oriente y occidente de Colombia. Se le dio el nombre de Armenia en
honor a las víctimas de las provincias Armenias en Turquía… Así sería el inicio
de una historia oficial y ortodoxa. Un recuento zurdo o en contravía del estilo
para niño de segundo elemental, tendría
que referirse a la fecha onomástica
con nostalgia, inconformidad y
agridulce sabor. Más agrio que dulce.
La Armenia que cumple 123 años es bien
diferente a la que llegó a sus primeros 100 años y a la que, diez años después de su centenario,
se vistió de negro para llorar por ella misma y por sus hijos, desaparecidos,
muertos o espantados por el terremoto. Se cumplía una predestinación: Con años
de anticipación al sismo, la letra del himno cantaba: “Generosa, leal de frente/al
rubio sol de porvenir/noble Armenia, tu suelo presiente/otra raza altiva, de
dura cerviz”: El Armenia de
antes del 25 de enero de 1999, quedó en los mapas de las bibliotecas. Los vivos
siguen reconstruyendo recuerdos,
edificios y ciudadanía. Los muertos permanecen
en las estadísticas y en los titulares de los periódicos guardados en las
hemerotecas y el dolor, con seguridad, está envuelto en la esperanza colectiva.
Es hora ya de
concreciones: Al tablero pasará el momento actual: ¿La democracia? ¿La
seguridad? ¿El espacio público? ¿La institucionalidad?, ¿el estado de derecho?,
¿la moral?, ¿la ética?, ¿el compromiso social? ¿Armenia?
¡Los problemas la
agobian! Hay, a toda costa, que evitar pañitos de agua tibia. No se hablará de
multitudes celebrantes. Si así se hiciera, se cumpliría aquello que dijo
Gregorio Marañón: “Las muchedumbres tienen muchas cabezas, pero ningún cerebro”…
Y los individuos piensan como Quevedo:”Ayer se fue, mañana no ha llegado; hoy
se está yendo, sin parar un punto. Soy un fue y un será, y un es muy cansado.
La historia de la
civilización humana es la historia de
las ciudades. Desde el mundo griego del
Mediterráneo a las ciudades de piedra de los Mayas y
Aztecas, las ciudades están en el centro de las grandes civilizaciones. No en
vano existieron antes que los países, las naciones o las repúblicas.
Efectivamente, las
ciudades de hoy se convirtieron en lugares complejos y contradictorios.
Simbolizan el progreso pero, también, cargan la amenaza del desastre, el lastre
de la miseria. Acá, en la cumpleañera Armenia, el estado de cosas no es muy
saludable para la gente que, en su día a
día, recorre un calvario de inseguridad,
de carestía y de descomposición social.
Una niña en una
comuna de Bogotá, hace fila durante
horas para llevar, de la llave comunal, agua a su casa; en Cali, una mujer hurga entre montones de
basura, busca cosas que se puedan vender para poder dar de comer a sus hijos;
una familia en
Pereira, carga sus
pertenencias en una costal y busca un lugar donde dormir esa noche, esas son escenas comunes del paisaje urbano.
Mucho
se habla de las dificultades de las ciudades. El problema no es que la ciudad,
en sí, sea mala. El conflicto reside en
que más y más personas se apoyan en los servicios citadinos y llega un momento
en el que la infraestructura no tiene
más cabida y ni el gobierno ni los planificadores ni la sociedad han podido
satisfacer las demandas y las presiones, amén del pulso entre la politiquería y el encargo
recibido en las urnas.
Armenia es más de lo que dicen sus
estadísticas y noticias. Es tierra de apegos, amores, ataduras familiares e
historia, que más parece una saga en tres renglones, como la canción de Serrat:
"El sacristán vio hacerse viejo al cura, el cura ojeó al sargento, el
sargento al corregidor, el corregidor a
la comadrona, todos envejecieron frente
a los ojos de todos, y el pueblo oteó, después, morir a mi pueblo".
¡Es día de
cumpleaños! Ojalá en algún tiempo el brindis diga ¡en hora buena, qué bien se
vive en Armenia!
publicado 2012-10-15 , La Crónica Del Quindío
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