lunes, 15 de octubre de 2012

Hubo un antes, habrá un después…


Hubo un antes, habrá un después…

“La verdadera historia es aquella que cuenta el paso de un pueblo por todos los tiempos; aquella a la que nadie caprichosamente debe marcarle ni principio ni final, aquella que no entiende de discriminaciones entre desamparados y poderosos, aquella que asume no ser rehén ni de vencedores ni vencidos. La verdadera historia es aquella que hará orgullosos herederos a todos sus hijos”. Anónimo

Me quedaré sin palabras si no puedo desprender, de las quimeras frustradas, las rebeldías inútiles o regresar al árbol donde escribí, dentro de un corazón sin magia, mi nombre y otro nombre silenciado antes de cubrirse de olvido. Por cuanto no logré regresar al andén donde, con un carbón que nunca fue brasa o llama, pinté sus contornos, mi niñez se volvió eterna y yo ¡muda!
La explicación no es difícil: Nadie regresa .Siempre se vuelve a otra ciudad, región, vereda o población. Aunque gastada, la frase es cierta: Nadie se baña dos veces en el mismo rio. Por ello los hijos de esta ciudad que vuelven, después de peripecias,  en búsqueda de lo que dejaron para ir tras ilusorias posibilidades se sienten extraños en su propia entorno porque el “milagro de ciudad” que una vez vislumbrara el poeta Guillermo Valencia, desde la plataforma de un tren, ya no existe.
Fundada el 14 de octubre de 1889 por Jesús María  Ocampo, liberal y militante en las guerras civiles, conocido como “El Tigrero”, la capital del departamento del Quindío  nació en un sitio llamado Potreros, comprado a don Antonio Herrera por doscientos pesos. Su fundación se ubicó en un cruce de caminos estratégicos entre el oriente y occidente de Colombia. Se le dio el nombre de Armenia en honor a las víctimas de las provincias Armenias en Turquía… Así sería el inicio de una historia oficial y ortodoxa. Un recuento zurdo o en contravía del estilo para niño de segundo elemental, tendría  que referirse a la fecha onomástica  con nostalgia, inconformidad  y agridulce sabor. Más agrio que dulce.
La Armenia que cumple 123 años es bien diferente a la que llegó a sus primeros 100 años y  a la que, diez años después de su centenario, se vistió de negro para llorar por ella misma y por sus hijos, desaparecidos, muertos o espantados por el terremoto. Se cumplía una predestinación: Con años de anticipación al sismo, la  letra del  himno cantaba: “Generosa, leal de frente/al rubio sol de porvenir/noble Armenia, tu suelo presiente/otra raza altiva, de dura cerviz”: El Armenia de antes del 25 de enero de 1999, quedó en los mapas de las bibliotecas. Los vivos siguen  reconstruyendo recuerdos, edificios y ciudadanía. Los muertos permanecen en las estadísticas y en los titulares de los periódicos guardados en las hemerotecas y el dolor, con seguridad, está envuelto en la esperanza colectiva.
Es hora ya de concreciones: Al tablero pasará el momento actual: ¿La democracia? ¿La seguridad? ¿El espacio público? ¿La institucionalidad?, ¿el estado de derecho?, ¿la moral?, ¿la ética?, ¿el compromiso social? ¿Armenia?
¡Los problemas la agobian! Hay, a toda costa, que evitar pañitos de agua tibia. No se hablará de multitudes celebrantes. Si así se hiciera, se cumpliría aquello que dijo Gregorio Marañón: “Las muchedumbres tienen muchas cabezas, pero ningún cerebro”… Y los individuos piensan como Quevedo:”Ayer se fue, mañana no ha llegado; hoy se está yendo, sin parar un punto. Soy un fue y un será, y un es muy cansado.
La historia de la civilización humana es la  historia de las ciudades. Desde  el mundo griego del Mediterráneo  a   las ciudades de piedra de los Mayas y Aztecas, las ciudades están en el centro de las grandes civilizaciones. No en vano existieron antes que los países, las naciones o las repúblicas.
Efectivamente, las ciudades de hoy se convirtieron en lugares complejos y contradictorios. Simbolizan el progreso pero, también, cargan la amenaza del desastre, el lastre de la miseria. Acá, en la cumpleañera Armenia, el estado de cosas no es muy saludable para la gente que,  en su día a día,  recorre un calvario de inseguridad, de carestía y de descomposición social.
Una niña en una comuna de Bogotá, hace  fila durante horas para llevar, de la llave comunal, agua a su casa;  en Cali, una mujer hurga entre montones de basura, busca cosas que se puedan vender para poder dar de comer a sus hijos; una familia en Pereira, carga sus pertenencias en una costal y busca un lugar donde dormir esa noche,  esas son escenas comunes del paisaje urbano.
Mucho se habla de las dificultades de las ciudades. El problema no es que la ciudad, en sí,  sea mala. El conflicto reside en que más y más personas se apoyan en los servicios citadinos y llega un momento en el que  la infraestructura no tiene más cabida y ni el gobierno ni los planificadores ni la sociedad han podido satisfacer las demandas y las presioneshttp://www.un.org/Pubs/CyberSchoolBus/spanish/cities/clear.gif, amén del pulso entre la politiquería y el encargo recibido en las urnas.
Armenia es más de lo que dicen sus estadísticas y noticias. Es tierra de apegos, amores, ataduras familiares e historia, que más parece una  saga  en tres renglones, como la canción de Serrat: "El sacristán vio hacerse viejo al cura, el cura ojeó al sargento, el sargento  al corregidor, el corregidor a la comadrona,  todos envejecieron frente a los ojos de todos, y el pueblo oteó, después,  morir a mi pueblo".

¡Es día de cumpleaños! Ojalá en algún tiempo el brindis diga ¡en hora buena, qué bien se vive en Armenia!

publicado 2012-10-15 , La Crónica Del Quindío

No hay comentarios:

Publicar un comentario