Este es el primer capítulo del
manifiesto escrito por Anselme Bellegarrigue en París en 1850.
El manifiesto completo estará
disponible próximamente.
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Si me preocupara el sentido
atribuido comúnmente a ciertas palabras y dado que un error vulgar ha hecho de
"anarquía" el sinónimo de "guerra civil", tendría horror
del título con que he encabezado esta publicación, porque tengo horror a la
guerra civil.
Al mismo tiempo, me honra y me
complace no haber formado parte nunca de un grupo de conspiradores ni de un
batallón revolucionario; me honra y me complace porque esto me sirve para
establecer, por una parte, que he sido bastante honesto para no engañar al
pueblo, y por la otra, que he sido bastante hábil para no dejarme engañar por los ambiciosos. He visto pasar,
no puedo decir que sin emoción, pero al menos con la mayor calma, a fanáticos y
charlatanes, sintiendo piedad por los unos y sumo desprecio por los otros. Y
cuando, después de esas luchas sanguinarias—habiendo constreñido a mi
entusiasmo a no moverse sino en el estrecho marco de un silogismo—, he querido
hacer cuenta del bienestar que había traído cada cadáver, he
encontrado cero en el total; y
cero es nada.
Me horroriza la nada: también me
horroriza la guerra civil.
Por eso, si he escrito ANARQUIA
en la portada de este diario, no puede ser para adjudicar a esta palabra el
significado que le han dado—muy equivocadamente, como explicaré en breve— las
sectas gubernamentalistas, sino por el contrario, para restituirle el derecho
etimológico que le conceden las democracias.
La anarquía es la negación de los
gobiernos. Los gobiernos, de los que somos pupilos, naturalmente no han
encontrado nada mejor que hacer que educarnos en el temor y el horror a su
destrucción. Pero como, a su vez, los gobiernos son la negación de los
individuos o del pueblo. Es racional que éste, despertando a las verdades
esenciales, paulatinamente se sienta más horrorizado por su propia anulación
que por la de sus maestros
Anarquía es una vieja palabra,
pero esta palabra expresa para nosotros una idea moderna, o más bien un interés
moderno, porque la idea es hija del interés. La historia ha calificado de
"anárquico" el estado de un pueblo en cuyo seno se encuentran varios
gobiernos en competición; pero una cosa es el estado de un pueblo que,
queriendo ser gobernado, carece de gobierno precisamente porque tiene
demasiados, y otra el de un pueblo que, queriendo gobernarse a sí mismo, carece
de gobierno precisamente porque no lo quiere. En efecto, antiguamente la
anarquía ha sido la guerra civil, y esto no porque ella expresara la ausencia
de gobiernos, sino la pluralidad de
éstos, la competición, la lucha de clases qubernamentales. El concepto moderno de verdad social absoluta o de
democracia pura ha abierto toda una serie de conocimientos o de intereses que
invierten radicalmente los términos de le ecuación tradicional.
Así la anarquía, que, confrontada
con el término monarquía, significa guerra civil, desde el punto de vista de la
verdad absoluta o democrática no es nada menos que la expresión verdadera del
orden social.
En efecto:
quien dice anarquía dice negación
del gobierno:
Quien dice negación del gobierno,
dice afirmación del pueblo;
quien dice afirmación del pueblo,
dice libertad individual:
Quien dice libertad individual,
dice soberanía de cada uno;
quien dice soberanía de cada uno,
dice igualdad:
quien dice igualdad, dice
solidaridad o fraternidad:
quien dice fraternidad, dice
orden social;
Al contrario:
quien dice gobierno, dice
negación del pueblo;
quien dice negación del pueblo,
dice afirmación de la autoridad política
quien dice afirmación de la
autoridad política, dice dependencia individual;
quien dice dependencia
individual, dice supremacía de clase
quien dice supremacía de clase,
dice desigualdad;
quien dice desigualdad, dice
antagonismo;
quien dice antagonismo, dice
guerra civil;
por lo tanto, quien dice gobierno
dice guerra civil.
No sé si lo que acabo de decir es
nuevo, excéntrico o espantoso. No lo sé ni me preocupo por saberlo. Lo que
sé es que puedo audazmente poner
en juego mis argumentos contra toda la prosa gubernamentalista blanca y
roja del pasado, presente y
futuro. La verdad es que yo, en este terreno - que es el de un hombre libre,
extraño
a la ambición, tenaz en el
trabajo, despreciativo del mando, rebelde a la sumisión -, desafío a todo
argumento
del funcionarismo, a todos los
lógicos de la marginación y a todos los defensores del impuesto - monárquico o
republicano -, ya se llame
progresivo, proporcional, territorial, capitalista, sobre la posesión o sobre
el
consumo.
Sí, la anarquía es el orden,
mientras que el gobierno es la guerra civil.
Cuando mi inteligencia penetra
más allá de los miserables detalles en los que se apoya la dialéctica
cotidiana, encuentro que las
guerras intestinas que, en todos los tiempos, han diezmado a la humanidad,
están ligadas a esta única causa,
exactamente: la destrucción o la conservación del gobierno.
En el campo político,
sacrificarse por la conservación o el advenimiento de un gobierno siempre ha
significado
degollarse y destriparse.
Mostradme un lugar donde el hombre se asesina en masa abiertamente, os haré ver
un gobierno a la cabeza de la
carnicería. Si buscáis explicaros la guerra civil de otra forma que como un
gobierno que quiere llegar o un
gobierno que no quiere irse, perdéis vuestro tiempo; no encontraréis nada.
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