domingo, 13 de enero de 2019




El Quindío remontará el vuelo, más pronto que tarde
Samaria Márquez Jaramillo

Vejez sin dignidad es prisión sin rejas, verguenza sin rubor, sanción secreta, puro crgo de concienciencia 

“Estamos viejos cuando las cosas del porvenir empiezan a ocurrir, y una razón de que sea así es que ya somos capaces de creer en aquello de lo que dudábamos e, incluso, con suficientes motivos para ponerlo en cuarentena, en la tercera edad creemos que vivimos ya nuestro futuro. El hombre primero tropieza, después anda, luego corre, un día volará por encima del pasado sórdido y por debajo de la maravillosa aurora del porvenir que se adentra en su vida”. José Saramago.


.Al borde del cambio, ahora y aquí es el lugar y el tiempo para, entre todos, proteger y contribuir al crecimiento del germen de los tiempos, con seguridad mejores, que llegarán para el Quindío.
Los últimos gobernantes aplastaron la dignidad de un pueblo, hablo de la yunta que ilusionados elegimos para gobernación y alcaldía, esos que, con su esterilidad mental y la cosecha que entrega su alma, más seca que bacalao exhibido en tajadas delgadas y saladas, colgadas en la puerta de un granero de la galería, leerán esta nota y dirán: “Puras chocheras de vieja”... Pudo ser así, pero cuando me convencí de que mis ilusiones se me habían quedado enredadas en un ayer remoto, tomé la decisión de, aunque fuese solo eso, reivindicar en mis coterráneos la capacidad de convertir en hechos de bien todas sus esperanzas.


Cuando estuve como docente en la universidad del Quindío, un estudiante una vez me dijo: Profe, ¿cuál es la diferencia entre ilusión y esperanza? Le contesté: Si yo te digo que hoy todo está bien, eso es ilusión, pero si te anuncio que mañana todo volverá a estar bien, eso es certera esperanza...
Creo en el cuatrienio que estrenaremos el 1º de enero del 2020, porque los milagros no solo son promesas dadas sino justicias de la vida. Entonces, como noticia alentadora escribo: Los habitantes de este departamento empezamos a mirar hacia el mismo horizonte, tenemos iguales anhelos y construiremos un futuro, con los materiales de los sueños individuales, pero para vivirlo en comunidad. Esto quiere decir que escaldados no inventaremos más héroes salvadores y unánimemente elegiremos no a promeseros sino a personas de acá, raizales, a quienes nuestro mañana les preocupa y esté presente les duele.

La entereza es la única solución para una sociedad que muere bajo los efectos de la corrupción que desahució los principios de ética y manosea la verdad. Como ciudadanos, los quindianos somos muy singulares. Somos individualistas y nos avasalla el dominante sentimiento de envidia que hizo metástasis en todas nuestras actuaciones, en las que se destaca la prepotencia, que intenta ocultar nuestra ingenuidad ancestral. Pero no somos atávicamente malos: Fuimos niños, tuvimos una madre, conocimos de Dios y hasta oramos. ¿Qué somos ahora? ¡Manipulados, engañados y motivo de burlas! Lo primero que perdimos fue la última esperanza. En consecuencia, cuando hablemos a los niños de proceder correctamente, ser fieles a sus convicciones y tener como emblema el cumplimiento de la palabra dada, en esos cuentos fantásticos e inverosímiles que tendremos qué inventar, ¿por cuál personaje ficticio tendremos que cambiar al “cura que Si dio cura al Quindío? O ¿Cómo nos referiremos al filósofo de sonrisa beatica, mirada mansa y piel de bebé? Para describir la historia administrativa reciente de este departamento tendremos que especializarnos en narrativa ficcional.
Cuando murió Alfonso López Pumarejo, mi madre me enseñó la gloria y el deber de un mandatario. Me habló de respeto a la dignidad de un político y recabó que, según su criterio, López Pumarejo era el estadista colombiano más importante del siglo y terminó diciéndome: “Guarda respeto y gratitud por los buenos gobernantes. Ellos, como ángeles de la guarda nos protegen de los que quieren sembrar terror y violencia”. Transcurría, en ese entonces, el 20 de noviembre de 1959. Yo tenía 11 años y las frases maternas se grabaron en mí pensamiento. Transcurrieron no solo años sino desengaños para llegar a este hoy en el que, mentalmente recrimino a mi progenitora: ¿Por qué no me enseñaste a evaluar antes de votar?
Hoy, teniendo encima una edad en la que no se soportan los desengaños, me quejo: ¿En quién puedo creer y confiar? Si viviera, ¿podría mi madre, ahora, enterarse sin horrorizarse o quedar perpleja, de lo que ocurre en el Quindío a nombre de la democracia y el rescate de una región? ¡Cuántas rabias me costó revocar la fe en quien me hizo creer que:” El Quindío tiene cura” y la convicción que la moral de un filósofo jamás pisotearía la Ética!


Nosotros, los habitantes de esta tierra, desconocíamos al Quindío y no hemos demostrado la inmensa posesión de dignidad que nos constituye. Un ejemplo sirve de muestra: Digna es la empleada que no tiene cómo pagar el transporte en bus y empieza a caminar hacia su lugar de trabajo, a las 6 de la mañana, sin desayunar y con los pies maltratados por unos zapatos no hechos a la medida de sus pies, regalados por la parienta rica. Esa misma empleada no anda tras contratos donde tenga que aceptar ideologías impuestas, contribuciones económicas a campañas y asistencia a actos políticos con los que no comulga. Digno es el que no se asusta al tomar la decisión de abandonar el trabajo en el que tuvo que dejar de ser funcionario para volverse secuaz. Dignos todos aquellos que, orgullosos, actuamos en honor de la raza que no sabe doblar la cerviz. Por mandatos dignos abogo, con ímpetu y vehemencia.
Se buscan candidatos para elegir en las urnas sin temor a que nos den gato por liebre

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