Terremoto aún
sacude a Armenia
Samaria Márquez
Jaramillo
En
febrero del 62 d.C., (según el calendario Juliano) se produjo un terremoto que
ocasionó numerosos daños en Pompeya y en otras ciudades cercanas. Esa ciudad estaba en proceso de restauración cuando, el 24 de agosto del 79 d.C., (del
calendario Juliano) fue sorprendida por la catastrófica erupción del Vesubio,
que causó la muerte de miles de personas y que supuso el fin de Pompeya,
sepultada bajo las cenizas y piedras expulsadas por el volcán. Dos días
después volvió a salir el sol, el
Vesubio emanaba una columna de humo y Pompeya
estaba completamente destruida. El sitio se perdió de la memoria durante más de
1.500 años. En 1748 un arqueólogo español
encontró la sepultada ciudad.
El
lunes 25 de enero de 1999 a las 13 y 19, los habitantes de Armenia gritamos:
¡TERREMOTO!, Y la soledad, la frustración y la angustiosa sensación de
desprotección que experimenta el individuo al verse amenazado por fuerzas
desconocidas, aún coacciona.
La de
Armenia ha sido una evolución de contrastes.
El trabajo del Forec (Fondo de Reconstrucción y el Desarrollo Social del
Eje Cafetero), encargado de invertir los $1,6 billones que se destinaron para
entregar subsidios de vivienda y construir infraestructura pública, genera
controversias. Personalmente creo que hubo despilfarro, oportunismo de ONGs
foráneas, favoritismo por parte del staff antioqueño que se trajo para
determinar la contratación del FOREC y
la deuda social sigue activa. El 13,2 % de los armenios tiene sus necesidades insatisfechas, mientras que
cerca de 16.000 personas (el 5 % de la población de ahora, 315.000 personas)
vive en la miseria absoluta, de acuerdo con los datos más actuales del Dane.
Los
armenios, ahora y en las horas difíciles, sacan fuerzas de las tragedia y
piensan que, con respecto a su capital del Quindío, jamás llegarán a exclamar: Erase una vez la Ciudad
Milagro, porque aunque la cosecha urbana no es tan rápida como la de pan-coger, sustituyeron la madera
y el adobe por el cemento y el ladrillo y hay numerosos ejemplos que ponen de
manifiesto el carácter recio, la capacidad de recobrar la normalidad del diario
vivir tras la tragedia y el resurgir con igual o más fuerza, pero es innegable
que en Armenia, seguimos terremotiando
cuando desde hace ya años debimos ponerle manos al asunto y olvidar lo del
terremoto como tragedia y vivirlo, a posteriori , como una oportunidad de cumplir
lo de “la nueva ciudad”, que a pesar de que se ha recuperado urbanísticamente,
sigue enferma del eufemismo “tejido social”.
Todo
vale a la hora de los recuerdos. Frente a mi ventana, al fondo en el oriente de
esta ciudad, el azul de las montañas habla de lejanía. La vida depara
decepciones y los sueños incumplidos toman muchas formas y colores mientras que
a las nostalgias las representan en blanco y negro. Pasó el tiempo, llegó la
vejez sin espacio para el porvenir mientras en mi hay un sitial para el olvido,
el agravio y la herida… En el lugar del olvido guardaré lo tan repetido: “¿Por qué, Dios, a nosotros?”
Resulta verdaderamente ejemplarizante
recordar los días iniciales de la época denominada post terremoto, sin
entregarse al melodrama ni al ideal del héroe romántico de la Literatura siglo
XIX.
La
vida depara decepciones y los sueños incumplidos toman muchas formas y colores
mientras que a las nostalgias las representan en blanco y negro. Han pasado 20
años desde esa tarde cuando empecé a vivir en el reino de la muerte. Ya es hora para tener
en cuenta que el presente sólo dura un instante, a pesar de ser contundente y
aplastante se fragmenta, se astilla, se hace esquirlas y se convierte en
pasado. En consecuencia olvidémonos de
la palabra reconstrucción y empleemos
los músculos en delinear el futuro. Tal vez allí algún arqueólogo nos
encuentre.
Octavio
Paz dijo: “…Hoy recuerdo a los muertos de mi casa: La que murió noche tras
noche y era una larga despedida, sin
encontrar un recuerdo al que asirse, no se sabe en qué silencio entró. De un
vacío a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo para el caos, alzar la cara, ver la hora y
enterarse: las trece y diecinueve… El cielo está cerrado y el infierno vacío.
Es un desierto circular el mundo…”.
El Armenia de antes del 25 de enero de 1999,
quedará en la historia y en los mapas, los sobrevivientes en sus casas, en los
cambuches o en donde sea, los muertos en las estadísticas, en los titulares de
las noticias. No lo niego, deliberadamente guardé para este final lo que voy a
copiar de Quevedo: «Ayer se fue, mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto, soy un
fue y un será y un es, ¡muy cansada de
esperar oír decir que el futuro es hoy!
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