miércoles, 23 de enero de 2019


Terremoto aún sacude a Armenia
Samaria Márquez Jaramillo


En febrero del 62 d.C., (según el calendario Juliano) se produjo un terremoto que ocasionó numerosos daños en Pompeya y en otras ciudades cercanas. Esa ciudad  estaba en proceso de restauración  cuando, el 24 de agosto del 79 d.C., (del calendario Juliano) fue sorprendida por la catastrófica erupción del Vesubio, que causó la muerte de miles de personas y que supuso el fin de Pompeya, sepultada bajo las cenizas y piedras expulsadas por el volcán. Dos días después  volvió a salir el sol, el Vesubio  emanaba una columna de humo y Pompeya estaba completamente destruida. El sitio se perdió de la memoria durante más de 1.500 años. En 1748 un arqueólogo español  encontró la sepultada ciudad.


El lunes 25 de enero de 1999 a las 13 y 19, los habitantes de Armenia gritamos: ¡TERREMOTO!, Y  la soledad, la  frustración y la angustiosa sensación de desprotección que experimenta el individuo al verse amenazado por fuerzas desconocidas, aún coacciona.
La de Armenia ha sido una evolución de contrastes.  El trabajo del Forec (Fondo de Reconstrucción y el Desarrollo Social del Eje Cafetero), encargado de invertir los $1,6 billones que se destinaron para entregar subsidios de vivienda y construir infraestructura pública, genera controversias. Personalmente creo que hubo despilfarro, oportunismo de ONGs foráneas, favoritismo por parte del staff antioqueño que se trajo para determinar la contratación del FOREC  y la deuda social sigue activa. El 13,2 % de los armenios tiene  sus necesidades insatisfechas, mientras que cerca de 16.000 personas (el 5 % de la población de ahora, 315.000 personas) vive en la miseria absoluta, de acuerdo con los datos más actuales del Dane.

Los armenios, ahora y en las horas difíciles, sacan fuerzas de las tragedia y piensan que, con respecto a su capital del Quindío, jamás  llegarán a exclamar: Erase una vez la Ciudad Milagro, porque aunque la cosecha urbana no es tan rápida  como la de pan-coger, sustituyeron la madera y el adobe por el cemento y el ladrillo y hay numerosos ejemplos que ponen de manifiesto el carácter recio, la capacidad de recobrar la normalidad del diario vivir tras la tragedia y el resurgir con igual o más fuerza, pero es innegable que en Armenia, seguimos terremotiando cuando desde hace ya años debimos ponerle manos al asunto y olvidar lo del terremoto como tragedia y vivirlo, a posteriori , como una oportunidad de cumplir lo de “la nueva ciudad”, que a pesar de que se ha recuperado urbanísticamente, sigue enferma del eufemismo “tejido social”.




Todo vale a la hora de los recuerdos. Frente a mi ventana, al fondo en el oriente de esta ciudad, el azul de las montañas habla de lejanía. La vida depara decepciones y los sueños incumplidos toman muchas formas y colores mientras que a las nostalgias las representan en blanco y negro. Pasó el tiempo, llegó la vejez sin espacio para el porvenir mientras en mi hay un sitial para el olvido, el agravio y la herida… En el lugar del olvido guardaré lo tan repetido: “¿Por qué, Dios, a nosotros?” Resulta verdaderamente ejemplarizante recordar los días iniciales de la época denominada post terremoto, sin entregarse al melodrama ni al ideal del héroe romántico de la Literatura siglo XIX.
La vida depara decepciones y los sueños incumplidos toman muchas formas y colores mientras que a las nostalgias las representan en blanco y negro. Han pasado 20 años desde esa tarde cuando empecé a vivir  en el reino de la muerte. Ya es hora para tener en cuenta que el presente sólo dura un instante, a pesar de ser contundente y aplastante se fragmenta, se astilla, se hace esquirlas y se convierte en pasado.  En consecuencia olvidémonos de la palabra reconstrucción y empleemos  los músculos en delinear el futuro. Tal vez allí algún arqueólogo nos encuentre.




Octavio Paz dijo: “…Hoy recuerdo a los muertos de mi casa: La que murió noche tras noche  y era una larga despedida, sin encontrar un recuerdo al que asirse, no se sabe en qué silencio entró. De un vacío a morir hay poco espacio y apenas queda tiempo para  el caos, alzar la cara, ver la hora y enterarse: las trece y diecinueve… El cielo está cerrado y el infierno vacío. Es un desierto circular el mundo…”.


El Armenia de antes del 25 de enero de 1999, quedará en la historia y en los mapas, los sobrevivientes en sus casas, en los cambuches o en donde sea, los muertos en las estadísticas, en los titulares de las noticias. No lo niego, deliberadamente guardé para este final lo que voy a copiar de Quevedo: «Ayer se fue, mañana no ha llegado;  hoy se está yendo sin parar un punto, soy un fue y un será y un es, ¡muy  cansada de esperar oír decir que el futuro es hoy! 





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