Instituciones obsoletas engendran crisis cultural
Samaria Márquez Jaramillo
En la época de los aplazamientos surgió el tango que canta
así: “Ha dicho mañana y ha vacilado, mañana es mentira y no hay que dudarlo…”
Procrastinación es una palabreja poco mentada pero cuyo
significado se pone en práctica día a
día, momento a momento y que significa aplazar los asuntos pendientes, o dejar para
mañana lo que se podría hacer hoy. Aplazar y esperar que se solucionen las cosas
mediante el peso del transcurrir del
tiempo, es la línea de conducta de los que detrás de un escritorio, marcado con
un número que indica que pertenece al inventario de bienes y enseres de una
entidad gubernamental, escuchaban las emisiones de programas radiales
banalizadores que hablan de incidencias deportivas en las que el equipo amado, que
apenas se sostiene en la segunda b, es el centro de los comentarios
altisonantes ,obsequiosos, plenos de metáforas gastadas, cursilería e
irreverencias expresadas, en la mayoría de las veces, en un idioma periodístico apalancado en una sintaxis
fuera de lugar, que defecan el buen idioma español.
“Este tren
ya está despachado y se fue así”, me
dice un amigo cuando me quejo de algunas circunstancias parroquiales como la
burla a espaldas de la víctima. Esa burla castra iniciativas, atemoriza resoluciones
y es el palo entre las ruedas de la carreta. También es síntoma de incultura
pueblerina. Sin embargo, es el arma de los integrantes de los conciabulos
y de los bloques de obstáculos que constituyen las camarillas para que sus
integrantes sigan reinando en un mundo de atraso cultural.
El tren no va lejos. Aún
se puede abordar. El despuntar de un día es el inicio de su muerte pero
siempre habrá otro día que lo reemplace. La naturaleza es sabia, es la
presencia de Dios y se renueva a cada instante. ¿Por qué, entonces, creemos que
la cultura del Quindío está predestinada al estancamiento?
El derrumbamiento de las sociedades llega tras el desfonde
de sus instituciones. Más de una institución quindiana ya es obsoleta y algunas
hasta están fuera de la existencia real y legal, pero sus afiliados siguen
gastando pantalla y dañando a quienes no conforman el grupo de obsequiosos
aceptadores de supuestos fulgores
mustios y grises, que fueron resplandor cuando los conocimientos
conciudadanos eran mínimos. Ahora hay, ya, una teoría y práctica de un
conocimiento cimentado en saberes no en palabrería y prestidigitación.
Estoy segura que no anhelamos para nuestros descendientes un
entorno mediocre. Entonces, ¿porque no somos iconoclastas? ¿Por qué no derrumbamos estatuas de próceres de a pie, que
no dan oportunidad para relevos culturales?
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