sábado, 13 de febrero de 2016

Instituciones obsoletas engendran crisis cultural

Instituciones obsoletas engendran crisis cultural
Samaria Márquez Jaramillo

En la época de los aplazamientos surgió el tango que canta así: “Ha dicho mañana y ha vacilado, mañana es mentira y no hay que dudarlo…”
Procrastinación es una palabreja poco mentada pero cuyo significado se pone  en práctica día a día, momento a momento y que  significa  aplazar los asuntos pendientes, o dejar para mañana lo que se podría hacer hoy. Aplazar y esperar que se solucionen las cosas mediante  el peso del transcurrir del tiempo, es la línea de conducta de los que detrás de un escritorio, marcado con un número que indica que pertenece al inventario de bienes y enseres de una entidad gubernamental, escuchaban las emisiones de programas radiales banalizadores que hablan de incidencias deportivas en las que el equipo amado, que apenas se sostiene en la segunda b, es el centro de los comentarios altisonantes ,obsequiosos, plenos de metáforas gastadas, cursilería e irreverencias expresadas, en la mayoría de las veces,  en un  idioma periodístico apalancado en una sintaxis fuera de lugar, que defecan el buen idioma español.
“Este tren ya está  despachado y se fue así”, me dice un amigo cuando me quejo de algunas circunstancias parroquiales como la burla a espaldas de la víctima. Esa burla castra iniciativas, atemoriza resoluciones y es el palo entre las ruedas de la carreta. También es síntoma de incultura pueblerina. Sin embargo, es el arma de los integrantes de los conciabulos y de los bloques de obstáculos que constituyen las camarillas para que sus integrantes sigan reinando en un mundo de atraso cultural.
El tren no va lejos. Aún  se puede abordar. El despuntar de un día es el inicio de su muerte pero siempre habrá otro día que lo reemplace. La naturaleza es sabia, es la presencia de Dios y se renueva a cada instante. ¿Por qué, entonces, creemos que la cultura del Quindío está predestinada al estancamiento?
El derrumbamiento de las sociedades llega tras el desfonde de sus instituciones. Más de una institución quindiana ya es obsoleta y algunas hasta están fuera de la existencia real y legal, pero sus afiliados siguen gastando pantalla y dañando a quienes no conforman el grupo de obsequiosos aceptadores de supuestos fulgores  mustios y grises, que fueron resplandor cuando los conocimientos conciudadanos eran mínimos. Ahora hay, ya, una teoría y práctica de un conocimiento cimentado en saberes no en palabrería y prestidigitación.
Estoy segura que no anhelamos para nuestros descendientes un entorno mediocre. Entonces, ¿porque no somos iconoclastas? ¿Por qué no  derrumbamos estatuas de próceres de a pie, que no dan oportunidad para relevos culturales?

  

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