IR TRAS TESORO QUIMBAYA ES BUSCAR EL TRIFINUS MELANCOLICUS
Samaria Márquez Jaramillo
Frente a una cultura que se derrumba y una sociedad que
empieza a entender que banalizaron el entorno, es más exp
edita la lucha tras una identidad
quindiana, desprovista de afán protagónico y no supeditada a la imagen ampliada por el neón
de los reflectores teledirigidos por los interesados, especialistas en show
mediático.
Es urgente mirarnos
desde afuera y emplear las fuerzas en campañas no absurdas. Cuando niña leí un
libro que se llama Viajes Morrocotudos en busca del Trifinus Melancolicus.
Narra unas circunstancias parecidas a lo
que sucede ahora: Un personaje que busca, publicita y sostiene la anécdota,
sobre una búsqueda de algo valioso y legendario y arma una alharaca para dar vida a vislumbres de fuegos
pirotécnicos, que no existen tal y conforme los están buscando. Al final se dan
cuenta que con un nombre menos pretencioso, en la ciudad sede de la campaña
existen a montones “Trifinus Melancolicus”, pero cuyas características, reales
y a la vista, los hacen más valiosos, en todo sentido, que los perseguidos,
engendrados por intereses creados, metafóricamente revestidos de una delgada
capa de oro sobre el cobre, que al final se peló y quedó a la vista la
artimaña.
Citada por el sociólogo
y filósofo Néstor Cuervo, en nota publicada por La Crónica, y en la que critica
algunas acciones de la dirigencia quindiana, Martha Nussbaum dice: " las
emociones constituyen el reflejo del estado de apertura del ser humano hacia
aquellos objetos que considera valiosos y que escapan a su completo control,
revelando sus limitaciones pero también los recursos con los que cuenta para
desenvolverse en un mundo de conflictos y azar".
Saldríamos del atraso impuesto por los que se regodean sabiéndose
tuertos-reyes, en tierra de ciegos, cuando se gastara el mismo esfuerzo pero
con mejores resultados, retirando las cataratas regionales que impiden ver...
Levantémonos del sillón donde abanican nuestras soberbias,
borremos la pizarra donde garabateamos los elementales conocimientos que ahora
tratamos de entronizar en la eternidad. Hagámonos una reingeniería neurolingüística,
llamemos las cosas por su propio nombre aunque no resulten tan rimbombantes. Por
ejemplo el nombre de una institución quindiana es Corporación de Historia del
Quindío y no ACADEMIA DE HISTORIA, según consta en el certificado de la Cámara
de Comercio. Hagamos famosas nuestras cosas a partir de su propia realidad, y
empezaremos a avanzar.
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