Lea lo que le
cuento:
Samaria Márquez Jaramillo
El 7 de julio, dentro de 52 días, la Constitución colombiana
cumplirá sus bodas de plata. Durante estos
25 años, son 37 las reformas aplicadas a nuestra Carta Magna, y no 39 porque la Corte declaró inconstitucional un
estatuto antiterrorista, mientras que el referendo de Uribe, por la vía
popular, no alcanzó los votos exigidos.
El ordenamiento constitucional colombiano , con la
aprobación de la reforma al Equilibrio de Poderes, que modificó la Carta Política de 1991 en las formas del Estado, recibió el primer terremoto que sacudió la
estructura de poder dentro de la justicia, pues cambió 26 artículos de la Constitución del 91 y
subrogó algunos términos. Sin embargo, este no es el primer cambio a la
justicia mediante un acto legislativo, toda vez que en el 2003 se registró la variación
del sistema inquisitorio al actual acusatorio en lo penal. En cuanto a terremoto político, el Acto Legislativo 01 del 2003 es, hasta ahora, el que originó la más grande sacudida al sistema político.
Por ejemplo, estableció las listas únicas de partidos, el voto preferente y no
preferente, el umbral, la cifra repartidora,
y determinó los parámetros para medir el fracaso o triunfo en las urnas.
No hay que pensar que el desequilibrio y falta de
gobernabilidad en Colombia emana de la Carta Magna. No siempre es el timón del automóvil
el culpable de un choque. La mayoría de las veces la falla es humana. Son los
malos trabajadores quienes culpan de sus errores a sus herramientas. La
solución no es cambiar la Constitución como no lo es, así mismo, vender el sillón de la
sala cuando se comprueba el adulterio.
El problema, eso creo, reside en el desarraigo político
que , como producto de mil y un desengaños, nos invadió el criterio a los
colombianos que desde hace más de medio siglo prescindimos del ejercicio de la
política y convertimos a la nuestra en una sociedad apática e incapaz de
sorprenderse ante los desafueros de sus gobernantes o de hacer un seguimiento a
los actos de los mandatarios y criticarlos
con argumentos, no con odios partidistas. Pero lo que hacemos es pecar por omisión y proclamar que no nos
interesa la política y dejamos en plena libertad a quienes desde el poder pueden esquilmar la patria. Vale
la pena parodiar a Sor Juan Ines de la Cruz: “Acéptalos cual los elegís o
hacedlos cual los buscáis…” Pero, eso sí, aplicándoles en ambos circunstancias
un control ciudadano no corrupto que, como dicen que es el cariño verdadero: “Ni
se compre ni se venda”… Bastante difícil si se tiene en cuenta la
inconmensurable mermelada.
En un país en el que se esperan resultados milagrosos
de todos los cambios creemos que las
soluciones son hijas de nuevas leyes o de las reformas a la Constitución pero
el tiempo, a corto plazo, nos oye cantar “esperanza inútil, flor de desconsuelo…”Además
de desencantados, las bodas de plata de nuestra Constitución nos encontrarán
sumidos en la fatiga política, la no participación ciudadana y la ineficacia o
corrupción administrativa. La solución no se encontrará en la modificación de las normas sino en la
adquisición de una nueva ética que comprometa un actuar moral.
¿Qué bien queda de la reforma Agraria, los
cambios tributarios, el Sistema Acusatorio,
la Reforma Política o el Equilibrio de poderes? Desengaños, puros desengaños… ¿Por
qué, entonces, permitiremos que nos desgasten
en más cambios constitucionales cuando el remedio está en la modificación de la cultura de la
corruptela? La paz se instituye, no se adquiere mediante fuero
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