domingo, 15 de mayo de 2016

Lea  lo que le cuento:
Samaria Márquez Jaramillo

     



El 7 de julio, dentro de 52 días, la Constitución colombiana cumplirá sus bodas de plata. Durante  estos 25 años, son 37 las reformas aplicadas a nuestra  Carta Magna, y no 39  porque la Corte declaró inconstitucional un estatuto antiterrorista, mientras que el referendo de Uribe, por la vía popular, no alcanzó los votos exigidos.
El ordenamiento constitucional colombiano , con la aprobación de la reforma al Equilibrio de Poderes,  que  modificó  la Carta Política de 1991 en  las formas del Estado, recibió  el primer terremoto que sacudió   la estructura de poder dentro de la justicia, pues  cambió 26 artículos de la Constitución del 91 y subrogó  algunos términos.  Sin embargo, este no es el primer cambio a la justicia mediante un acto legislativo, toda vez que en el 2003 se registró la variación del sistema inquisitorio al actual acusatorio en lo penal. En cuanto a terremoto  político, el Acto Legislativo 01 del 2003 es, hasta ahora, el que  originó la más grande sacudida  al sistema político. Por ejemplo, estableció las listas únicas de partidos, el voto preferente y no preferente, el umbral, la cifra repartidora,  y determinó los parámetros para medir el fracaso o triunfo en las urnas.

No hay que pensar que el desequilibrio y falta de gobernabilidad en Colombia emana de la Carta Magna. No siempre es el timón del automóvil el culpable de un choque. La mayoría de las veces la falla es humana. Son los malos trabajadores quienes culpan de sus errores a sus herramientas. La solución no es cambiar la Constitución como  no lo es, así mismo, vender el sillón de la sala cuando se comprueba el adulterio.
El problema, eso creo, reside en el desarraigo político que , como producto de mil y un desengaños, nos invadió el criterio a los colombianos que desde hace más de medio siglo prescindimos  del  ejercicio de la política y convertimos a la nuestra en una sociedad apática e incapaz de sorprenderse ante los desafueros de sus gobernantes o de hacer un seguimiento a los  actos de los mandatarios y criticarlos con argumentos, no con odios partidistas. Pero lo que hacemos es  pecar por omisión y proclamar que no nos interesa la política y dejamos en plena libertad a  quienes  desde el poder pueden esquilmar la patria. Vale la pena parodiar a Sor Juan Ines de la Cruz: “Acéptalos cual los elegís o hacedlos cual los buscáis…” Pero, eso sí, aplicándoles en ambos circunstancias un control ciudadano no corrupto que, como dicen que es el cariño verdadero: “Ni se compre ni se venda”… Bastante difícil si se tiene en cuenta la inconmensurable mermelada.


En un país en el que se esperan resultados milagrosos de todos los cambios  creemos que las soluciones son hijas de nuevas leyes o de las reformas a la Constitución pero el tiempo, a corto plazo, nos oye cantar “esperanza inútil, flor de desconsuelo…”Además de desencantados, las bodas de plata de nuestra Constitución nos encontrarán sumidos en la fatiga política, la no participación ciudadana y la ineficacia o corrupción administrativa. La solución no se encontrará  en la modificación de las normas sino en la adquisición de una nueva ética que comprometa un actuar moral.


 ¿Qué  bien queda de la reforma Agraria, los cambios tributarios, el  Sistema Acusatorio, la Reforma Política o el Equilibrio de poderes? Desengaños, puros desengaños… ¿Por qué, entonces, permitiremos que nos desgasten  en más cambios constitucionales cuando el remedio está en  la modificación de la cultura de la corruptela? La paz se instituye, no se adquiere mediante fuero


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