sábado, 25 de enero de 2020



Lo de ayer no puede ser igual a lo que resulte ser en el futuro.
Samaria Márquez Jaramillo

 Para sustentar el anterior título reproduciré de Pedro Pablo Sacristán un  madrileño, ingeniero aeronáutico, que escribe cuentos: “Juanija Lagartija vivía entre unas piedras en el campo. Como a todas las lagartijas, le encantaba tomar el sol  y, así, se quedaba tan a gusto que más de una vez había llegado a dormirse y eso fue lo que pasó el día que unos niños la atraparon  y asustada vio como aquellos niños reían al ver cómo seguía moviéndose el rabito sin la lagartija y oyó que terminarían tirándolo al campo.
La lagartija comenzó entonces a buscarlo por toda la zona, dispuesta a recuperarlo, como fuera, para volver a colocarlo en su sitio. Pero aquel campo era muy grande y por mucho que buscaba no encontraba ni rastro de su rabito.
Juanija dejó todo para poder buscar lo perdido, pero pasaba el tiempo  y Juanija seguía buscando, preguntando a cuantos encontraba en su camino.
Un día, uno  a quien preguntó le respondió extrañado: "¿Y para qué quieres tener dos rabos?". Juanija descubrió que le había crecido una nueva cola, incluso más fuerte y bonita que la anterior. Entonces comprendió que es una tontería dedicar  tiempo a lo que ya no tiene remedio o cambio sin que ella tenga que intervenir o esforzarse.
En el camino de regreso a la roca que era su casa,  encontró su anterior rabito. Estaba seco y polvoriento y tenía un aspecto muy feo. Sin embargo, Juanija  cargó con él y se cruzó entonces con un sapo, que sorprendido le dijo:
- ¿Por qué cargas con un rabo tan horrible y viejo, teniendo uno tan bonito?
- He estado meses buscándolo - respondió la lagartija.
- ¿De verdad has estado buscando algo tan feo y sucio? -siguió el sapo.
- Bueno - se excusó Juanija- antes no era tan feo...
- Hum, pero ahora sí lo es, ¿no?... ¡qué raras sois las lagartijas! -dijo el sapo antes de largarse dando saltos…”
El sapo tenía razón. Juanija seguía pensando que el rabito encontrado fuese  el que ella había perdido y no lo era aunque resultara ser el mismo: Lo encontrado es diferente a lo perdido porque por allí pasó el tiempo que hace distinto lo que parece igual.

Vemos el mundo no exactamente como es, sino como nos resulta útil percibirlo porque lo ”real” es, en realidad, nuestra manera de concebir la realidad.
La hoja del loto vive en el agua, su permanencia depende del agua, pero no entra en contacto con el agua. Si se vierte agua sobre ella el agua rueda, la hoja no es tocada por ella.

Por muchos años mis escritos fueron  comentados con  pulgares hacia abajo. Ahora, que esos pulgares señalen el cenit, siento tristeza: Yo sigo escribiendo igual. Lo que ocurre es que ya no intentan destruirme. ¿Por qué? Porque “es mucho más difícil matar a un fantasma que a una realidad”, como lo dijera Virginia Woolf. 

La aclaración de la escritora británica, que se hizo famosa en el periodo llamado “entreguerras” que también sirvió para apalancar el proceso del feminismo, podría servirme de prólogo de la novela  Las significaciones imaginarias, si me decidiera a escribirla.


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