Libreros cerca a los sueños de escritores
Creía que la felicidad consistía en poder tener y leer
gran cantidad de libros. En mi adolescencia imaginé que todos los libreros eran
felices: Vivían rodeados de volúmenes, sabían de autores y leían tanto como les
permitía su oficio. ¡Si yo pudiera ser librera!, me decía cada vez que
confrontaba mis sueños, con lo que prometía mi futuro. Pasaron los años. Me
ausenté de La Tebaida, fui a vivir a Cali y mi paseo predilecto era ir por la
carrera 12 con calle 10, cerca al Hotel Aristi, a mirar los ejemplares usados que,
sobre el pasto del parque de Santa Rosa, vendían los libreros. Me engolosinaba
teniendo en mis manos uno y otros tomos, mientras pensaba que eran los vendedores
de obras los mejores críticos de Literatura. Había visto que los recicladores y
otras personas les traían costales llenos de textos, ellos los sacudían
limpiaban y organizaban y, en ese tiempo (transcurría 1965), a unos los
valoraban en $5.oo y otros en $10.oo. Un día pregunté: ¿Qué parámetros siguen
para valorar así? Las respuestas, expresadas mediante diferentes frases, decían
lo mismo: “La experiencia, la buena memoria: algunos de esos libros son
solicitados a diario y otros son de autores singulares: de un sólo lector...En
consecuencia, valen más los más solicitados”. Lógica reflexiva y acertada
Además de vendedores, son psicólogos: Tienen un saber para compartir con el proyecto
de comprador que se les acerca y llega, casi siempre, desorientado a la librería
y sale con múltiples universos contenidos en las páginas.
No estaba tan enmarañada cuando quería ser librera y ya era
escritora precoz: Podía leer, escribir y ganar para lo esencial y, a la vez, el librero es el que puede modificar los gustos del lector comprador.
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