Los Nietos del Exilio, en su oficio de narradores
Por Samaria
Márquez Jaramillo
De acá y
de allá tomé frases delatoras para evidenciar algo de lo que hicieron y dijeron, durante las charlas que por dos años tuvieron Los Nietos del exilio, y en las
que dejaron rastros de sus úlceras emocionales.
Puntualizando algunos párrafos salta a la vista
que no fue fácil a la llamada en su primer año de vida María Dolores Mulaló , a
partir de su segundo cumpleaños ser Dolores Corona y luego de los 16 años, como
resultado de su matrimonio con un inglés, continuar siendo Dolly Colvert, y que su hija, Deborah Colvert , confesa aeiou –ansiosa, enfática, intensa, obsesiva,
utópica-, finalice su actuar dentro de la novela confesando que “cuando se está
en un lugar y se anhela estar en otro,
la solución no es un avión, barco o cualquier otro vehículo. La necesidad no es
de renovación de entorno. Lo que urge es poseer dentro de sí ese algo que ha
sido imposible encontrar…”
-
Calla mujer. Los tiempos de guerra son
tiempos de locura. Todo vale y nada vale. Me cago en el amor de novela romántica,
utópico y anacrónico.
- Por mi
parte, y con intención de encontrar nuevos recursos narrativos, les compartiré
porciones incompletas, iguales a un dedo sin mano. ¿Cómo podrá ese dedo
señalar? Peor es el sino de la mano sin dedos ¿cómo puede volverse puño?
- Mis
presentimientos ven llegar una novela inaugural de un subgénero de cerrazón obsesiva,
que convertiría sus páginas en campos de acción de envejecidas venganzas , hacedoras de
personajes esquematizados: español invasor, esclavo valiente, conquistador
villano, colono ignorante, arriero promiscuo, fundador anacrónico, guaquero
angurrioso, oro maldito, violencia irracional, narcotráfico desalmado,
terrorismo criminal, guerrilla conejera…
Para
muchos mi padre, Edward Colvert, murió repentinamente. Sabemos que se suicidó.
Hacía años era impotente, se estaba quedando ciego y había perdido su ironía, quedaba ‘touché’.
Ya no hacía bromas porque su pene empezó
a ser humilde y bajaba la cabeza ante las provocaciones; pero recurrió a la muerte cuando no pudo ser
irónicamente cruel. En su última cháchara contó: “Un ciego, apoyado en su bastó
blanco, se encuentra con un pariente, recientemente accidentado y que tiene un
pie enyesado y se apoya en muletas:
- ¿Qué tal andas?- le pregunta.
- Pues ¡ya lo ves!- contesta al ciego, el cojo…
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